Luz María García Vellos la dama de blanco






Luz María García Velloso (1910-1925) – A poco pasos de entrar al Cementerio de La Recoleta, se encuentra una gran hornacina que contiene la escultura yacente de Luz María García Velloso, rodeada de flores, como durmiendo. La obra se le atribuye al escultor argentino Víctor Godín. Luz María era hija del escritor Enrique García Velloso (foto) quien fuera un precursor del teatro criollo, autor entre otras obras de “El Barrio de las Ranas” y “El Tango en París”, habiendo sido a su vez el primer presidente dela Casa del Teatro.En ese ambiente intelectual creció Luz María, que tenía particular encanto para recitar en las tertulias hogareñas. Muchos poetas una vez muerta le dedicaron versos que podemos observar en la pared lateral de su cripta. Luz tenía tan solo 15 años cuando murió de leucemia en 1925. Siendo única hija el golpe para la familia fue fatal, pero más lo sintió la madre que había depositado todos su sueños y anhelos en su hija. Tal fue ese dolor, que la familia (que era reconocida y querida en el ambiente artístico) consiguió un permiso especial para poder pernotar en el cementerio junto a la cripta, allí paso varios meses su madre durmiendo y llorando en un pequeño lugar del otro lado de la pequeña reja de la bóveda. Todos hablaban por aquel entonces de que la madre no dejaba descansar en paz e ir definitivamente del mundo terrenal a su hija. Luz Marìa garcìa Velloso hija del dramaturgo Enrique García Velloso, tenía 15 años cuando murió de leucemia en 1925. Su madre, deprimida después de la muerte de la hija, obtuvo permiso especial para permanecer junto a esta tumba por las noches. Su bóveda se encuentra a la derecha de la avenida principal de la Recoleta. Allí hay una estatua yacente de una criatura muy hermosa, muerta en su lecho. La madre, desesperada, durmió durante meses a los pies de la imagen, en un pequeño espacio detrás de las rejas. CURIOSIDAD: A Luz María se le atribuye la leyenda urbana más popular "la Dama de Blanco": un joven se encuentra con una bella chica, la lleva a bailar, ella siente frío, él le presta su saco. Al día siguiente, cuando el joven quiere recuperar su saco en casa de la chica, la madre le comunica que está muerta, enterrada en la Recoleta. El joven va al cementerio y encuentra su saco sobre la bóveda. En el año 1930 un muchacho de la alta sociedad cruzó la esquina de de Azcuénaga y Vicente López justos atrás de cementerio, allí vio sentada a una joven con un vestido blanco que abrazaba sus piernas sollozando. Al muchacho le extrañó la situación y se acercó, le habló y le alcanzo un pañuelo para que secara sus lágrimas y la invitó a pararse. La niña de lánguida figura y cabellos largos negros, fascino al muchacho por su belleza enamorándolo a primera vista. Balbuceando por el terrible flechazo que sentían en su corazón, la invitó a tomar un café, para consolarla y para conocer más de ella, le preguntó como se llamaba y ella respondió “Luz María”. “Tú eres desde ahora la luz que ilumina esta noche oscura” le dijo el párvulo enamorado, mientras se sacaba el saco y se lo apoyaba por arriba de los hombros, la joven temblorosa le devolvió el gesto con una hermosa sonrisa. Caminaron del brazo respetuosamente durante los cien metros del oscuro paredón derecho del Cementerio dela Recoleta, se dirigieron al café “La Veredita” hoy trasformado enLa Biela, allí charlaron y bebieron animadamente por varias horas, el joven aristócrata estaba feliz, esa mujer no se parecía en nada a las que frecuentaba diariamente. Luz María le contó de su afición por la poesía y de sus amigos los poetas, que le habían dedicado varios versos para ella. Un poco ante de la llegada del crepúsculo, pidieron un café para cerrar la animada tertulia. De repente, la muchacha se empezó a poner nerviosa y a temblar nuevamente tal como la había encontrado el joven casanova, para calmarla, la agarró de su brazo y le prodigo un beso profundo y romántico el que jamás había dado a nadie en su vida. “Me tengo que ir” dijo Luz levantándose de golpe de la mesa, volcando el café sobre el bolsillo derecho del elegante saco McCalls cruzado, “me tengo que ir”… tengo que volver”…gritaba y salio rauda por el medio de la Plaza Alvear. La joven corrió sobre los jardines y se encamino asía las puertas del cementerio de la recoleta y allí se perdió. El joven enamorado que seguía sus pasos tan sólo unos metros, le gritaba que no se alejara y que le diera una dirección para poder ir a buscarla, llegado al gran enrejado del cementerio, vio como Luz se perdía en la calle principal envuelta en la bruma matinal y se internaba en una calle que se disfurcaba a la derecha, el joven excitado y desesperado por perderla, empezó a golpear la rejas buscando el lugar por donde había ingresado su amada, sin encontrar portal alguno, se quedo allí golpeado mientras la noche se hacia día. El cuidador del cementerio alertado, se levantó por el escándalo y se acercó al portón. “Déjenme entra le gritó el joven”… “una mujer entro aquí”…El cuidador con marcado acento español le respondió “Ni modo, el cementerio no tiene entradas alternativas salvo este portón”, El joven llorando le explicó toda la historia y de su imperiosa necesidad de encontrar a la mujer de su sueños, ¿no tiene usted una hija llamada Luz María? le preguntó el muchacho ¡Luz María! repregunto el cuidador asombrado abriéndole la reja. Una vez adentro recorrió el mismo camino que había hecho su amada hacia menos de una hora, llegado a la primera calle que se disfurca la derecha vio que allí estaba su saco manchado de café tapando una efigie de una mujer joven y delgada que reposaba sobre un lecho de rosas, lo levantó temeroso… como si su subconsciente le advirtiera lo que iba a encontrar allí… allí estaba… allí estaba, la figura tallada a cincel de la que hacia minutos había tenido entre sus brazos… allí estaban esos labios tallado en mármol seguramente tan fríos, como los que hacia instantes había besado… Confundido y enajenado se alejo un poco del sepulcro y vio la leyenda que sobresalía en su friso Luz María García Velloso, el muchacho se sintió desfallecer y sus piernas flaquearon un instante y si no fuera por la mano segura del encargado del cementerio, que lo ayudo a apoyase en una de las paredes de la bóveda habría caído al piso. Allí el joven alcanzo entonces a leer una de las tantas poesías que habían esculpidas en honor a la fallecida Blanca nívea reposa sobre un lecho de rosas, la acaricia la brisa donde flota su aroma, Luz María, una tierna y dulce adolescente yace frente a tus ojos, como bella durmiente. Duerme su sueño eterno, el sueño de la muerte esperando tal vez que un beso la despierte, el beso que quizás ella siempre ha esperado, el beso del amor, de un príncipe encantado…




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